DeficitSon las 9:00 de la mañana. Cada alumno enciende su dispositivo móvil y empieza a recibir conteni­dos en forma de texto enriquecido con audio, vídeo, actividades interactivas, en­laces... A las 9:30, el profesor habrá elegido una serie de tareas que tendrán que responder a tra­vés del mismo dispositivo. Las respuestas gene­rarán estadísticas del grupo de clase que se pro­yectarán en ese mismo momento en la pantalla del aula para que todos tengan un feedback del trabajo. Hasta aquí no suena del todo mal, ¿no?
Parece que el futuro de la educación tendrá una imagen similar a ésta, según vaticinan los expertos. Pero es curioso que quienes nos in­vitan a aumentar el acceso a la tecnología para mejorar los resultados en educación, habitual­mente basen sus consejos en datos de estudios financiados por empresas tecnológicas. Incluso la OCDE (responsables de las pruebas PISA),ha recomendado un aumento del uso de la tecnolo­gía para mejorar los resultados. A nadie le cabe duda de los beneficios que aportan las TIC a pro­fesores y alumnos.
Pero, ¿cuáles son los riesgos de este aumento desenfrenado de tecnología en la escuela? Uno de ellos es la aparición de lo que Richard Louv denominó ‘Trastorno por Déficit de Naturale­za’, que se basa en los desórdenes que produce el hecho de que el ser humano se ha adaptado du­rante miles de años para adecuarse a un entor­no, que en ‘dos días’ ha cambiado la naturaleza por la ciudad. Esta nueva situación se agrava aún más debido a la velocidad e hiperestimulación que recibimos a través de las nuevas tecnologías. No es de extrañar que la naturaleza suponga un estímulo lento para los niños y adolescentes, cuyo cerebro se ha habituado a manejar varias aplicaciones en el móvil al mismo tiempo que consultan Internet en un portátil y escuchan su serie de televisión favorita de fondo.
El hecho de que muchos de nuestros alumnos sean víctimas de este déficit de naturaleza po­dría hacernos pensar que es necesario reducir la tecnología y volver a aumentar las excursiones.
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Aunque no podemos obviar que la tecnología forma parte del día a día de nuestro alumnado, tampoco que el ser humano está fisiológicamen­te adaptado al ritmo al que funciona la naturaleza. De hecho, investigadores como Romina Barros, Ellen Silver y Ruth Stein encontraron, en 2009, que los niños que tienen períodos de recreo en contacto con la naturaleza dentro de su jornada escolar presentan mejores comportamientos en clase y mayor bienestar psicológico que los que no lo tienen. Otros valores, como el rendimiento académico, también han sido relacionados posi­tivamente con el contacto con la naturaleza den­tro del período escolar, como muestran numero­sos estudios, entre ellos los de Paula Dyment, o los del State Education and Environment Roun­dtable —organización que promueve el contac­to entre los alumnos y su entorno natural para mejorar el rendimiento académico—.
Se acaban de cumplir 100 años de la muerte de Francisco Giner de los Ríos, cuyo mensaje de aprender en contacto con la naturaleza puede llevarse a cabo con la voluntad del profesora­do. Basta con salir a ver qué es un árbol, antes que buscarlo en la tableta, que volvamos a tener tiempo para cuidar plantas en clase, que volva­mos a tener espacio en el patio para un pequeño huerto y que volvamos a tener la voluntad de ra­lentizar el ritmo y disfrutar de las pausas.
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