No lo voy a negar: no me preocupa que los adolescentes utilicen redes sociales; me preocupa cómo las utilizan. Y como profesor de Lengua tampoco voy a esconder una cierta inquietud por la manera despreocupada con la que se escribe a través de las comunicaciones digitales. Una alumna me dijo que de tanto ver palabras mal escritas se estaba empezando a acostumbrar: decía que cada vez le costaba más distinguir cuál estaba bien y cuál no. Así que, para dar respuesta a esta situación, desarrollé una actividad para trabajar la ortografía a partir de la realidad y desde una nueva óptica. 

Nada más empezar la clase, les formulé la siguiente pregunta: ¿Consideráis que la escritura, por ejemplo en Instagram, es un reflejo de cómo se escribe en la actualidad o, simplemente, responde a una forma relajada de expresarse en ese contexto? Entonces, alguien respondió que hay quien se relaja y escribe mal; pero otros escriben así porque no dominan el lenguaje.

Tras esa intervención, decidí lanzarles otro dardo y les pregunté si alguna vez habían enviado un correo electrónico a un profesor como si se tratara de un comentario de Instagram. Al principio, hubo susurros porque nadie quería ser el primero en responder. Así que les proyecté un correo real que había recibido días antes de parte de un alumno. Por supuesto, fallaba la coherencia, no había ni cohesión ni corrección lingüística y tampoco presentaba un registro adecuado. Pero lo más grave era que parecía más un comentario vertido en una red social que un correo académico.

Trabajar La Ortografía

Un debate ortográfico

Tras ello, iniciamos un debate y muchos acabaron reconociendo que les resultaba complicado saber cuándo una situación exige un registro formal y cuando pide otro grado más relajado.

Quise plantarles esta misma pregunta mediante un cuestionario de Instagram en el que podían escoger entre tres opciones: “Cuando comento en público escribo bien, pero en mensajes privados ni me fijo”; “Procuro escribir siempre bien, en público y en privado”; y “Suelo escribir mal. Me da pereza y no me preocupa”. Las respuestas fueron variadas y bastante sorprendentes. La mayoría optó por la primera opción: se esfuerzan por escribir bien en público, pero en privado se relajan.

Trabajar Ortografía En Redes Sociales

Tras un interesante debate, les pregunté si escribían mal de manera consciente o sin querer. Como no podía ser de otra forma, aceptaron que a veces cometían errores que ni sabían que lo eran. Precisamente, ese es el quid de la cuestión y la razón de esta actividad. A fin de cuentas, el lenguaje de las redes es el que más utilizan y no puede quedar al margen de las clases. Les sugerí que todo el mundo domina de sobra la escritura informal, pero ¿qué pasa con la formal?

Y a partir de aquí comentamos qué errores de escritura nos parecían más habituales en el día a día. Les insistí en que pensaran en conversaciones reales y en textos escritos a través de las redes sociales. Quería dejar clara la separación entre las redacciones académicas y la escritura de la comunicación cotidiana. Completaron una lista de posibles errores y, a continuación, les entregué una recopilación de comentarios reales que había encontrado en algunas redes sociales. Deberían ponerse en la piel de un profesor y corregirlos poco a poco. Por supuesto, había faltas de acentuación, ausencia de signos de puntuación, uso inadecuado de la h y confusiones léxicas como ‘a ver’ y ‘haber’, entre otros.

Trabajar Ortografía En Redes Sociales

Usando el móvil en clase

Primera parte acabada, tocaba lo mejor: “Podéis sacar los móviles y buscar errores reales en vuestras conversaciones de WhatsApp, en los comentarios que hayáis escrito o que os hayan dejado en vuestra cuenta de Instagram o en cualquier otra red social”. Hubo un gran ajetreo. “Pero, abro el Instagram, ¿eh?”, preguntó alguien sembrando la duda. “Sí, sí, claro. A medida que vayáis encontrando los errores, los podréis ir clasificando según su tipología”, respondí.

Y, móvil en mano, se ruborizaban al reconocer errores garrafales que se les habían pasado por alto antes. Gritaban y los comentaban entre sí porque en el peor de los casos el autor del error estaba sentado justo en la mesa de al lado. “A partir de ahora os podría sorprender igual cada vez que veáis mensajes mal escritos”, espeté con sarcasmo.

Siempre es complicado saber a ciencia cierta si una actividad ha calado o no en los alumnos. De todas maneras, de esta me quedaría con el debate intenso que surgió. Estoy convencido de que antes no se habían detenido a analizar el lenguaje que usan en las redes sociales y qué imagen de sí mismos están proyectando al escribir de una determinada manera. Al acabar la actividad, hubo quien gritó que a partir de ahora sería la revolución porque no toleraría ningún error. Aunque sé que no será así del todo, me sirve la intención. A fin de cuentas, escribir bien no solo sirve para aprobar un trabajo de clase.

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Cristian Olivé

Filólogo y profesor de secundaria. Acerco los contenidos a la realidad de los jóvenes con la voluntad de contagiar el amor por la lengua y la literatura.