Anorexia nerviosa, bulimia o trastorno por atracón son algunos de los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) más comunes. Y cada vez aparecen en personas con menor edad: actualmente la media en España se sitúa en los 12 años y se estima que 1 de cada 20 adolescentes los sufre, según datos de Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia. La presión social y estética, la influencia de las redes sociales y sus contenidos sobre alimentación o el deterioro de la salud mental son algunas de las causas que explican este aumento TCA entre los adolescentes, según Conchi Fernández López, nutricionista especializada en relación con la comida, Trastornos de la Conducta Alimentaria y educación nutricional

De esta situación y sobre cómo tratar de mejorarla hemos hablado con ella. Acaba de publicar ‘Sobrevivir a mí, convivir conmigo’; un libro en el que saca a la luz cuestiones relacionadas con los TCA que, en muchas ocasiones, no se tratan con franqueza. Todo ello combinado con información, poemas que abren cada capítulo y su propia experiencia personal con la anorexia nerviosa. 

Conchi Fernández Trastornos De La Conducta Alimentaria

Pregunta: ¿Por qué cada vez más adolescentes sufren Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA)? 

Respuesta: Los TCA han existido siempre: en mi libro hablo sobre las evidencias que tenemos de la anorexia como una adaptación a la hambruna durante el Paleolítico o de los registros de este trastorno en la Edad Media. Esto demuestra que no podemos atribuirlos únicamente a la presión social o a la cultura de la delgadez; en épocas pasadas los cánones estéticos eran incluso opuestos. Pero tampoco podemos negar la influencia que tiene el aumento del culto al cuerpo (atribuir éxito, por ejemplo, a una corporalidad, confundir salud con delgadez...) o la gordofobia (miedo o rechazo a engordar o a los cuerpos grandes, discriminación y prejuicios contra estas personas, pesocentrismo en la medicina...). 

Podemos considerarlos como factores precipitantes (junto a eventos estresores, enfermedades que afecten a la ingesta, duelos emocionales...) que actúan sobre los factores predisponentes (genéticos y biológicos: “no tiene un TCA quien quiere, sino quien posee predisposición a ello y transita circunstancias precipitantes”). De esta forma, el número de casos reales estaría aumentando, aunque a ‘la epidemia’ que estamos viviendo también contribuyen el deterioro de la salud mental general que arrastramos desde la pandemia y el mayor foco y divulgación (en muchísimas ocasiones no de la manera más acertada) sobre nutrición.

P: ¿Cuáles son los signos de alerta de un TCA?

R: Podríamos hablar de una preocupación, obsesión y rigidez con la alimentación (en cantidad, calidad o tipo de alimentos o incluso en las formas de consumo: horarios, orden...); es decir, que la alimentación ‘robe’ mucho espacio mental a la persona, empiece a interferir en su funcionalidad y su rendimiento, en su esfera social y aficiones... No obstante, al ser la conducta alimentaria normal, algo muy individual en cada persona por tradición, costumbres familiares o gustos, lo que más debe alertarnos como entorno son los cambios en ella. 

P: ¿Cree que influye el uso abusivo que los menores hacen de las redes sociales? 

R: Mucho, es un bombardeo de información y desinformación constante sobre alimentación, recetas, salud mental... sin la educación necesaria para saber filtrarla. Además del escaparate para compararnos con muchísimas personas, o más bien con imágenes cuidadosamente seleccionadas y retocadas de esas personas, poniendo al mismo nivel a un compañero de clase y a un influencer con condiciones de vida (socioeconómicas, familiares...) totalmente distintas, que que no vemos ni consideramos. 

P: Hay familias que presionan a sus hijos en temas estéticos desde pequeños ¿las relaciones familiares pueden favorecer la aparición de un TCA? 

R: La familia tiene un papel muy importante tanto en la prevención (educación alimentaria, fomentar el pensamiento crítico frente a las redes sociales o la presión estética, construcción de la autoestima...) como en el propio tratamiento; no obstante, no podemos considerarlos culpables de que un hijo tenga un TCA. 

Muchas veces las familias son víctimas de esta gordofobia, mala divulgación sobre salud y alimentación o tienen una mala relación con la comida, y acciones desacertadas como intentar restringir el acceso a algunos alimentos o premiar con otros, hacer comentarios sobre el propio cuerpo del menor o de personas ajenas, intentar ‘ayudarle’ a cambiar su cuerpo, etc., nacen de una buena intención.

Por otra parte, no sólo la relación familia-comida o familia-cuerpo con el menor puede detonar un TCA; el ambiente en general en casa, la unidad de la familia, los comentarios, estilo educativo de los padres, la estabilidad socioeconómica, las rutinas... también. 

P: ¿Cree que en los centros educativos se informa suficiente al alumnado sobre este tipo de trastornos? ¿Qué medidas deberían tomar para evitar que estos problemas proliferen? 

R: No, no se informa suficiente ni de forma adecuada porque tampoco los docentes cuentan con la información necesaria para ello. Por desgracia, incluso en formaciones sanitarias, se sigue manteniendo una visión reduccionista y estigmatizante de los TCA.  

P: Y desde el hogar, ¿cómo deberían actuar las familias? 

R: De cara a la prevención, el mejor consejo es reflexionar sobre su propia relación con la comida y el cuerpo, así como sus conocimientos sobre nutrición. Si tienen dudas o inseguridades, una consulta con un nutricionista para poder adecuar sus propias conductas y servir de ejemplo sería lo ideal; si las dudas son con su relación con la comida, que necesariamente esté especializado en este campo puesto que no se aborda en la carrera universitaria.

Si hablamos de sospecha de un TCA, es bastante complicado puesto que en etapas iniciales son enfermedades egosintónicas, es decir, los síntomas se perciben en la persona como beneficiosos, y se niega la enfermedad con alejamiento del paciente de quienes intentan hacerle ver el problema. De nuevo, consultar con un profesional será de ayuda. Y si ya existe un diagnóstico, confiar en el equipo profesional, consultarles las dudas… 

P: ¿Cree que un mayor peso de la educación emocional en los colegios ayudaría a mejorar estos problemas? 

R: Sin duda, un mayor peso en educación emocional, en uso de las redes sociales, en posturas críticas ante los mensajes que uno encuentra en la divulgación y ante los ideales y presiones estéticas podría ayudar a ello. 

P: ¿Qué consejos le daría a un docente que cree que uno de sus estudiantes tiene un TCA?

R: Comentar la sospecha con la familia (por si han notado algo, por si ya está iniciando tratamiento...) y en privado con el menor, ofrecerle ayuda por si necesita hablar de algo que le preocupa: podemos comentar que le notamos más triste, más aislado, muy nervioso... pero no caer en intentar hacerle ver el problema de primeras.

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Lucía García López

Periodista, redactora y feminista. Me gusta el cine, la música, el arte y la política. Aprendiendo día a día. Convencida de que la cultura es la mejor arma de transformación