En los últimos años, y sobre todo tras la pandemia, la salud mental en la infancia y la adolescencia ha sufrido un notable empeoramiento. Para ayudar a mitigar este efecto, tanto las familias como los centros educativos desempeñan un papel fundamental en la detección y acompañamiento de los estudiantes que sufren trastornos mentales. Según apunta la psiquiatra Nuria Núñez, si no se actúa a tiempo su desarrollo social y personal puede verse comprometido en la edad adulta. Sin embargo, no siempre es fácil o se tienen los recursos necesarios para ayudarles. En su reciente libro ‘Los niños también se deprimen’ ofrece diversas pautas para detectar patologías como la depresión o los TCA (Trastornos de Conducta Alimentaria) y cómo afrontar el proceso de recuperación de los menores.
Pregunta: ¿En qué medida afectó la pandemia a la salud mental de la infancia? ¿Qué trastornos se han incrementado desde entonces o empezaron a surgir?
Respuesta: El confinamiento en sí, al contrario a lo que muchos creen, para mí no fue tan determinante. Fue un momento de reencuentro familiar, de parar y de dedicarse tiempo, pero todas las restricciones que vivimos a posteriori sí que han tenido un claro impacto en la salud mental de los niños y adolescentes. Hablamos de una etapa en la que el contacto entre iguales es fundamental y, en lugar de permitirles jugar en el parque o quedar con los amigos para dar un paseo o irse de compras, tenían que quedarse en casa e invertían ese tiempo en las redes sociales para estar conectados con sus amigos. A día de hoy sigo viendo casos de ansiedad, miedo al contacto social y autolesiones que empezaron después de la pandemia.
También me resultó preocupante que en septiembre de 2020 vi en mi consulta muchos casos compatibles con el trastorno obsesivo compulsivo en niños, muy relacionados con la obligación de lavarse las manos, el no compartir juguetes ni útiles personales en el colegio… Desarrollaron un miedo patológico al contagio y realizaban compulsiones de lavado y evitaciones varias para controlarlo. Afortunadamente, esto se ha ido corrigiendo y no he vuelto a ver más este tipo de casos.
Pero si los psiquiatras hemos detectado un aumento exponencial en alguna patología, ha estado relacionada con los TCA. El confinamiento hizo que los menores pasaran mucho tiempo conectados a las redes sociales fomentando las comparaciones. Todos recibimos mensajes a través de los medios que nos recordaban lo que los españoles íbamos a engordar de media en la pandemia: proliferaron así los perfiles con entrenamientos personales hiperexigentes y con recetas saludables que hicieron que muchas niñas se engancharan a estas conductas aparentemente inocentes y sanas que además eran apoyadas por los padres de forma inconsciente. Si metemos esto en una coctelera con una personalidad perfeccionista e hiperexigente en niñas inmaduras, las restricciones sociales… El resultado es un aumento de riesgo de desarrollar un TCA.
P: ¿Existe algún signo inicial que tengan en común los trastornos mentales durante la infancia al que haya que prestar especial atención? ¿Son hereditarios?
R: Todo trastorno mental comienza con un cambio de comportamiento o carácter que se mantiene más allá de unas semanas. Pueden ser cambios en el estado de ánimo, aumento de irritabilidad, conductas retadoras, inquietud… Todo esto es común a muchos trastornos y debemos cuestionarnos si a nuestro hijo o hija le pasa algo, hablarlo con ellos, preguntarles, mostrarnos disponibles y abiertos, y si no conseguimos que mejoren, pedir ayuda.
La causa de la mayoría de patologías, incluidos los trastornos mentales, es multifactorial: influye la genética, nuestra personalidad, crianza y también el ambiente. Podemos tener genes que nos predispongan a tener una depresión porque nuestra madre y abuela la tuvieron, pero si tenemos una personalidad activa, alegre y fuerte (unido a un ambiente favorable), nunca desarrollaremos un trastorno depresivo.
P: ¿Y en la depresión? ¿Cómo se sabe que un menor pueda estar desarrollándola? ¿Son similares a los síntomas que sufren los adultos?
R: Los síntomas son diferentes. En adultos es posible intuir que una depresión consiste en estar triste de forma mantenida, querer aislarnos, estar apáticos, no disfrutar con nada, cambios en el patrón de sueño o alimentación… y que todo esto sea mantenido en el tiempo. Pero en los menores y adolescentes estos síntomas son diferentes. En ellos más que la tristeza observamos irritabilidad, que se enfadan más, están más desafiantes o retadores, pueden aislarse, cambiar el ritmo de sueño, tener menos apetito, estar cansados… Y, además, el estado de ánimo puede ser oscilante: de repente estar riendo a carcajadas en el parque o en un cumpleaños y luego estar mal en casa; esto despista mucho a los padres que dilatan bastante pedir ayuda profesional.
P: ¿En los centros escolares se está prestando la suficiente atención a la salud mental del alumnado?
R: Creo que el profesorado y los equipos de orientadores están muy concienciados e implicados en la salud mental, pero no tienen recursos para hacer frente a este empeoramiento tan generalizado y brusco que está viviendo el alumnado. Los docentes no han recibido formación en sus carreras ni másteres y los orientadores no suelen ser psicólogos o han tenido que ver pacientes en su vida. Por lo tanto, no podemos pretender que sepan gestionar situaciones tan complejas como es una ideación de la muerte o las autolesiones.
P:¿Qué pueden hacer los profesionales de la educación para detectar o ayudar a los estudiantes con problemas psicológicos?
R: Pueden detectar problemas psicológicos y los gobiernos deberían destinar recursos para formarles en cómo identificarlos aunque muchos docentes lo hacen de forma intuitiva. Pero la detección no es suficiente, tiene que haber un profesional de la salud mental al otro lado que evalúe esa sospecha y que guíe al equipo docente en cómo actuar dentro del horario escolar. Mientras tanto su labor debe ser de acompañamiento: prestar apoyo, dar seguridad y disponibilidad en caso de que el alumnado necesite una intervención mientras se encuentre en el centro. También en aquellas situaciones que se estime oportuno adaptar contenidos y evaluaciones al estado psicológico del alumno en concreto.
P: ¿Cómo pueden las familias apoyar a sus hijos? ¿Qué técnicas o recursos existen para tratarla?
R: Tienen que mostrarse disponibles, acompañarles, escucharles y ayudarles. Igual que les llevan al pediatra cuando tienen fiebre o tos o le aparecen unas manchas en los brazos, si detectan que emocionalmente están mal, que ellos no pueden ayudarles y que no mejoran, deben llevarles a un profesional para que haga una valoración. Tras ello, haremos un diagnóstico con el que descartaremos que haya un problema mental y les explicaremos que lo que pasa es normal. O por el contrario, informaremos de ansiedad, depresión, TDA o del trastorno que sea para proponer una vía de tratamiento como la psicoterapia, farmacológico o ambas.
P: Si la depresión no se aborda a tiempo o se ignora a edades tempranas, ¿qué efectos puede tener en la vida adulta?
R: A nivel biológico una depresión es un estado de neurotoxicidad cerebral y esto es fatal para un cerebro en desarrollo. Esta patología va a afectar a su estado de ánimo, concentración y a su manera de percibir el mundo. Si la ignoramos en la infancia va a haber una marca en su historia personal que puede afectar a su autoestima y a su desarrollo a nivel personal y social, lo que va a hacer que sea un adulto más vulnerable. Sabemos que el haber padecido una depresión en la infancia y la adolescencia predispone a sufrir episodios depresivos de adulto.
P: ¿Qué recomendación daría para cuidar la salud mental? En su libro habla de la importancia del apego seguro. ¿Qué es y en qué se diferencia del apego ansioso?
R: El apego es una cualidad innata que tenemos los mamíferos, algo propio de los recién nacidos que nos infunde la necesidad de cuidarlos y protegerlos. Según la capacidad de los cuidadores de atender a sus necesidades vitales y emocionales, los bebés irán desarrollando su tipo de apego. En este sentido, el apego seguro es el que desarrollan los menores que han sido cuidados por sus padres de una forma eficaz y consistente a nivel emocional. De sus cuidadores han aprendido que son capaces de calmarse, regularse, que son importantes, dignos de ser queridos y que a su vez les han permitido explorar, equivocarse para continuar aprendiendo hasta llegar a ser autónomos. Esta creencia sobre sí mismos les permitirá tener una autoestima elevada y percibir el mundo de forma segura y, por lo tanto, van a tener más facilidades para relacionarse con otras personas y estar más protegidos de padecer un trastorno mental.
En el apego ansioso, los cuidadores no son capaces de transmitir estas creencias a sus hijos: quizá por temeridad, estar siempre asustados o no ser capaces de calmar, de modo que el mundo que enseñan es hostil. O puede que sean inconsistentes y cada día actúen de una manera diferente creando un estado de confusión y de alerta permanente en el niño. También puede ocurrir que las familias no sean capaces de identificar estados emocionales en sí mismos ni en sus hijos y que vivan de espalda al mundo afectivo creando menores evitativos.
- Núñez, Nuria (Autor)