La educación no puede dar la espalda a una realidad ineludible: hoy vivimos en una revolución del conocimiento. Hace seis siglos ya ocurrió algo parecido: el invento de la imprenta (Johan Gutenberg, 1440) multiplicó extraordinariamente el número de publicaciones y expandió el conocimiento hasta límites insospechados por aquel entonces.

Actualmente, Internet es la nueva imprenta. El acceso al conocimiento es (casi) universal e instantáneo, así como también más democrático; cualquiera de nosotros tiene una ventana abierta para compartir lo que sabe (o también lo que no sabe, pero de eso hablaremos después).

Innovando en el presente para el futuro

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El sistema educativo en el que hemos vivido es heredero de la imprenta (por el uso del libro como base), así como del trabajo en cadena de la revolución industrial. ¿Tiene sentido hoy seguir enseñando solo con un libro de texto o la explicación estandarizada y unidireccional de un profesor en su aula? Aunque quizá la pregunta debería ser otra: ¿qué sentido tiene enseñar en la actualidad?

Yo veo la enseñanza como un acto de futuro. Una inversión que obtendrá sus frutos diez o quince años después. El problema viene cuando enseñamos a nuestros chicos y chicas sin tener en cuenta cómo será (o creemos que será) su futuro. Sin prepararlos para esa revolución del conocimiento que ya ha ocurrido.

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Todo esto de lo que hablo tiene mucho que ver con el concepto de innovación educativa. ¿Qué es innovar? Solemos pensar que innovar en educación es hacer uso de herramientas o enfoques pedagógicos. Pero todo ello estará vacío (o será solo una moda) si detrás no está la convicción de que innovar no es otra cosa que ser conscientes de la realidad y adaptarnos a ella en la medida de lo posible.

Bajo esta premisa es entonces cuando algunos enfoques pedagógicos (que en realidad no son tan nuevos) cobran sentido: flipped classroom, aprendizaje basado en proyectos (ABP) o aprendizaje basado en el pensamiento. Como digo, en realidad no son innovaciones, sino significan repensar viejos axiomas tal vez olvidados; a mí me gusta recordar que estos enfoques son herederos de la educación socrática y de la escuela de Platón (por lo que innovar podría ser, en realidad, como replantear un camino desviado).

La tecnología como herramienta educativa

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Y, por supuesto, aquí también cobran sentido algunas herramientas de las que la sociedad ya no puede escapar. En mi caso, desde hace algunos años uso YouTube como instrumento para que mis alumnos accedan al conocimiento cuando y donde quieran. Lo hago, además, para que vean que esta plataforma puede ser una estupenda herramienta de aprendizaje.

Como profesor, soy firme defensor de que estas herramientas deben entrar poco a poco en el aula, por una simple razón: para mí, como profesional, es impensable no usar ya mi teléfono para consultar la agenda, ver un videotutorial en YouTube o guardar una nota. Si la educación consiste en preparar a los jóvenes para el futuro, ¿cómo es posible que no seamos conscientes de todo lo bueno que, por ejemplo, un smartphone nos brinda?

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Sí, lo sé. El uso de estas herramientas entraña una serie de peligros para los que chicos y chicas aún no están preparados. Pero el problema no es nuestro (de los docentes, me refiero), sino, en realidad, lo tiene el conjunto de la sociedad para la cual el regalo estrella de la comunión o de la Navidad de un chico de diez años es un teléfono móvil. Esos mismos chicos que ya tienen Instagram o acceden a contenido para adultos siete u ocho años antes de que puedan hacerlo legalmente. ¿Qué debe hacer la docencia? ¿Dar la espalda a esta realidad?

Más bien, debe educar sólidamente en el buen uso de estas herramientas. En consultar fuentes fiables y no una cualquiera. En identificar las fake news y, en general, los peligros que se ocultan en la red. Ahí es donde está el mayor reto de la educación hoy en día: integrar en nuestra práctica docente, eficaz y éticamente, esa revolución del conocimiento de la que hablamos, con el objetivo de preparar a nuestros alumnos para su futuro. Un futuro que necesita adultos con espíritu crítico y creatividad, asertivos y concienciados y capaces, en definitiva, de transformar la sociedad y no ser parte de una larga y decadente cadena de montaje.

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