Los tiempos en los que los niños y niñas pasaban horas y horas en la calle jugando a correr, saltar, inventar juegos o compartir vivencias hace tiempo que quedaron lejos. De hecho, según algunos estudios, sólo el 18% de los menores cumplen con las recomendaciones mínimas de jugar al aire libre, que se sitúan en 1 hora al día. Y eso tiene consecuencias directas en su desarrollo físico, emocional y social. 

Pero, ¿por qué ha cambiado tanto la situación? Una de las principales razones para los expertos es que las calles y las plazas están ahora invadidas por el tráfico urbano. De hecho, estadísticas recientes muestran que el 70% de las calles está destinado al tráfico rodado, dejando solo un 30 % para los peatones. “La situación se debe a la falta de espacios habilitados para el juego que, además, sean lugares con naturaleza, saludables, seguros y sin contaminación”, sostiene Ricardo Ibarra, director de Plataforma de Infancia, una alianza de entidades sin ánimo de lucro que ha impulsado la campaña ‘Jugar a nuestro aire’, en la que niños y niñas cuentan con entusiasmo a sus amigos y conocidos cómo el mundo se ha transformado: la naturaleza ha tomado las calles, las calzadas se han reducido, la contaminación ha desaparecido, los espacios verdes han crecido y ahora hay más espacio para salir a jugar libremente. Así, defiende la necesidad de poner en marcha políticas que garanticen el derecho al juego, al medioambiente y a la salud de los más pequeños.

jugar al aire libre

Impacto de la contaminación en la salud de los menores

El aumento del tráfico, a su vez, conlleva que cuando los menores salen a la calle están expuestos a altos niveles de contaminación ambiental y acústica, lo que puede afectar su salud y aumentar el riesgo de enfermedades como asma, problemas cardiovasculares o infecciones respiratorias. Por ejemplo, en Madrid y Barcelona, el 46% de los centros educativos de Infantil y de Primaria superan los límites permitidos de contaminación.

Los expertos recuerdan, por otro lado, que el incremento de las temperaturas impacta con mayor gravedad en niñas, niños y adolescentes, que no tienen una capacidad natural para adaptarse a los climas extremos o las emisiones de gases de efecto invernadero. En este sentido, la Agencia Estatal de Meteorología, recuerda que España es especialmente vulnerable al cambio climático, ya que está expuesto a un proceso de desertificación y a eventos meteorológicos extremos. “Necesitamos transformar las calles, reducir las calzadas de hormigón y aumentar los espacios verdes para que jueguen a su aire cumpliendo con lo establecido en la Observación General 26 de Naciones Unidas sobre los derechos de la infancia y el medio ambiente, con especial atención al cambio climático”, añade Ibarra.

Reconocimiento internacional del derecho al juego

Además, el impacto del entorno va mucho más allá de lo físico: la falta de espacios adecuados para jugar al aire libre limita también su desarrollo social, emocional y cognitivo. Está demostrado que el juego fomenta la creatividad, la toma de decisiones, la colaboración y la confianza en uno mismo, especialmente cuando los niños cuentan con el tiempo y el espacio adecuados. Así lo refleja un amplio consenso científico, que reconoce el derecho al juego, al ocio y al tiempo libre —protegido por el artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño— como una parte esencial del desarrollo infantil. Por su parte, la Observación General 17 de Naciones Unidas equipara el descanso y el esparcimiento con otras necesidades básicas como la nutrición, la vivienda, la salud o la educación.