Las emociones son experiencias psico-fisiológicas complejas que experimentamos las personas como resultado de nuestra relación con el entorno o con nuestro mundo interior. Son una parte esencial de la experiencia humana y, antes que seres que pensamos, somos seres que sentimos, pues la parte de nuestro cerebro que se encarga de procesar las emociones se construye antes de nacer. Pero, por el mero hecho de crecer, los niños no aprenden a manejar su mundo emocional. Esta es una labor que las familias y educadores deben abordar.
Cada emoción cumple determinadas funciones, y, por tanto, no solo son legítimas, sino que nos permiten dar respuestas adaptativas en función de diversos parámetros. Incluso el miedo.
¿Qué es el miedo?
Esta emoción primaria se caracteriza por una sensación desagradable provocada por la percepción de un peligro o daño (físico o psicológico, real o imaginario), que representa una amenaza para nuestro bienestar. Cuando sentimos miedo nuestro cuerpo se pone en estado de alerta, preparándose para huir o enfrentarse al peligro. Es, por tanto, un mecanismo de supervivencia y de defensa para todos, adultos y niños, con el que podemos reaccionar ante situaciones adversas con rapidez. Sin embargo, el miedo se puede sentir en diferentes ocasiones y por distintos motivos a medida que vamos creciendo.
Hay que destacar que si el miedo es excesivo puede incluso paralizarnos ya que provoca un aumento de la sudoración y de la tensión arterial y muscular, sequedad en la boca, alteración de la respiración y el ritmo cardiaco, temblores, y una mayor secreción de adrenalina y estrés.
Los miedos en la infancia
Hay miedos que son comunes en casi todos los niños y niñas, y que surgen y desaparecen en función de la edad.
- Primer año. A la separación de la familia, a las personas extrañas y a los ruidos.
- A los 2 años. Miedo hacia los animales.
- A los 3 años. Miedo a la oscuridad, a las máscaras o disfraces, a las situaciones nuevas y también a la separación de los progenitores.
- A los 4 años. Continúan con los miedos descritos y hace su aparición el temor a los seres imaginarios, a las tormentas o catástrofes, al daño físico y a los cambios.
- A los cinco años. Miedo a estar solo, al abandono, a los animales, a la novedad.
A partir de los 6 años y con la llegada a Primaria, a todos los anteriores se suman el miedo a cometer errores, a no saber una respuesta, a no aprender, al ridículo, a la muerte, al fracaso, a los exámenes, a no tener amigos…
Pero, además de estas potenciales fuentes de temor, hay otras propias de cada niño que están relacionadas con sus vivencias particulares y con la educación que haya recibido. También existe una pequeña porción de miedos infantiles que persisten y continúan durante mucho tiempo, llegando incluso hasta la edad adulta. Estos miedos son los denominados trastornos de ansiedad, es decir cuando la respuesta ante el miedo es desproporcionada, y acaba convirtiéndose en un problema para la familia y el propio niño. De este modo, cuando los miedos infantiles dejan de ser transitorios se denominan fobias.
Cómo ayudar a los niños a superar sus miedos
Aunque los miedos son naturales y universales, esto no quiere decir que no cambien y que no se puedan superar. Para ello, los adultos debemos fomentar la prevención y superación de los miedos, así como el comportamiento prudente ante situaciones peligrosas. Por ejemplo, el niño no debe tener miedo a las escaleras, pero sí ser prudente al bajarlas. Aprender a enfrentarse a los miedos, ser capaz de superar algunos y aceptar otros, es uno de los aprendizajes más importantes que todo niño debe hacer para convertirse en un adulto seguro de sí mismo y, a la vez, prudente.
Para ayudar a los más pequeños a enfrentarse a sus miedos es preciso escucharlos con respeto, y preguntarles la causa de su miedo para que no se sientan juzgados, con una actitud empática que les haga sentirse comprendidos. También podemos estar cerca cuando se van a enfrentar a uno de ellos, pero sin forzarle a exponerse, solo cuando estén preparados y lo pidan. También hay que recordarles los miedos que ya han superado para que sientan que son capaces de volverlo a hacer.
"Los adultos debemos fomentar la prevención y superación de los miedos, así como el comportamiento prudente ante situaciones peligrosas"
Una buena gestión del miedo en clase o en casa
En primer lugar, es importante poner nombre a las emociones. Esto les permitirá empezar a ‘apropiarse’ de ellas y comprenderlas mejor. Una vez identificados los miedos es conveniente conocer su nivel de intensidad y, para ello, podemos preguntarle si es un miedo grande, mediano o pequeño, siempre adaptándonos a su nivel de comprensión. Con los más mayores es de mucha utilidad ampliar el vocabulario emocional y enseñarle a diferenciar el temor del pánico, el susto del espanto…
En segundo lugar, es necesario enseñarles a no confundir la valentía con la imprudencia o la temeridad. La valentía no es una emoción, es un comportamiento que se caracteriza por superar el miedo y no debe confundirse con ‘no sentir miedo’. Así, la sobreprotección o que los pequeños se sientan culpables por ser ‘cobardes’ son dos actitudes muy negativas que pueden enquistar el problema e incluso lograr el efecto contrario al que se busca.
Por último, corresponde a los adultos respetar, comprender y aportar seguridad al pequeño cuando siente miedo. Si se le transmite tranquilidad, seguridad y confianza, se sentirá capaz de enfrentarse a ellos. Si te ‘burlas’ de sus miedos o lo ridiculizas, no vas a disminuir el temor que siente, solo perderá la confianza en compartirlo contigo. Una actitud empática es la base, pues el niño que se siente comprendido estará más dispuesto a reconocer sus temores y enfrentarse a ellos, sabiendo que algunos también pueden servirnos de ayuda.
- Ibarrola, Begoña (Autor)