Carlos Casado Todo parece haber cambiado en el aula del nuevo milenio en la que cada vez es más frecuente encontrar tabletas, PDIs, dispositivos de respuesta y evaluación… Todo es diferente a excepción de una cosa: hay un profesor, un número de alumnos y un proceso: el de la docencia, el de la comunicación efectiva, el de la transmisión de conocimientos. Es este factor humano el protagonista de la revolución pedagógica que ya no es tecnológica sino de manejo de la tecnología.
Después de décadas de desarrollo de soluciones tecnológicas educativas y en un momento de plenitud de las mismas, el elemento educativo diferenciador es, actualmente, el profesor. Ya tenemos la tecnología que permitirá un cambio radical en la forma de enseñar pero tendremos que evolucionar como docentes si queremos aplicarla debidamente.
A la espera del fruto del nuevo orden educativo implantado en algunos colegios (sin asignaturas, exámenes u horarios), el camino correcto pasa por revisar metodologías y realizar un esfuerzo de adaptación similar al de otros países, donde los métodos y materiales tradicionales de enseñanza son impensables. No obstante, he aquí algunos factores que no podemos pasar por alto si queremos tener éxito.

Promethean Carlos Casado Cuestión de tiempos

Habrá docentes que, leyendo el primer párrafo, no se sientan identificados y se lamenten de no tener acceso a las tecnologías educativas o de no recibir apoyo. No les falta razón. Éste es, precisamente, otro de los aspectos capitales de esta otra revolución, conseguir equipar las aulas (todas, sin excepción). Solo entonces podremos hablar de cambio, de evolución en la metodolgía. Solo entonces podremos exigir tal evolución. De nada nos sirve compararnos con otros países cuando el nivel de implantación de los medios necesarios para acometer esta reforma tampoco es parecido.
Aunque, si bien la implantación de medios y recursos será solo cuestión de tiempo, no es menos cierto que muchos docentes –y, por supuesto, no todos- aún están en el camino de la adaptación al nuevo signo de los tiempos, y que no son pocos los centros en los que las pizarras digitales, por poner sólo un ejemplo, se utilizan solo para proyectar o no se utilizan.

La formación, necesaria

Esto, más allá del posible (y, seguramente, no tan cierto) recelo que algunos formadores tal vez sientan frente a los cambios en la metodología, tiene una explicación simple: los profesores apenas tienen tiempo que dedicar a reciclarse. Bastante tienen, en muchos casos, con llegar a casa de una pieza (y aún con trabajo acumulado) después de cada jornada en un centro educativo. A las clases impartidas hay que sumarles el tiempo de preparación de las mismas, la corrección de ejercicios y exámenes y las funciones no lectivas que acompañan a cada cual durante su jornada (patios, comedores, reuniones, claustros, juntas de evaluación, tutorías y labores administrativas de todo tipo).
¿Cómo conseguir que los profesores se formen para evitar que las tecnologías nos derroten en lugar de complementarnos? ¿Cómo conseguir formarles sin agotarles? Para evitar perpetuar esta paradoja, es necesario que los desarrolladores de soluciones educativas animemos a los docentes a participar en cursos de formación y es nuestra responsabilidad facilitarles el acceso a los mismos, de forma presencial u on line. De otro modo, en el futuro habrá sido igual que si diéramos automóviles sin ruedas, por muy de alta gama que fueran.
Carlos Casado es responsable de Producto y Formación de Promethean